En 2014, la editorial Narval (la cual recomiendo a rabiar de lo que me gusta), sacó un libro ilustrado de la autora Lucía Serrano. Me lo regalaron por mi cumpleaños el año pasado y la verdad es que, aún con veinte primaveras a la espalda, en sus páginas todavía encuentro esperanza y comprensión.

Es muy importante inculcar a los niños (y no tan niños) relatos que les ayuden a comprender lo que sienten, o lo que pueden llegar a sufrir. No con ello quiero afirmar que la literatura infantil sirve únicamente para enseñar, pues es una mentira como una catedral de grande.

Tan sólo veinte hojas conforman el álbum de Un elefante rosa, y en cada una de ellas encontramos folios llenos de colores, acordes con el sentimiento de los personajes y su entorno. Y sobre todo, cubierta por elefantes rosas, arrugados, tristones, asustadizos y aunque suene a Dumbo… Voladores.

El narrador es un niño pequeño, no sabemos su nombre, pero sí que es capaz de ver a un enorme elefante rosa, a todas horas. Nunca se separa de su lado, siempre le espera en casa y sólo él puede verlo. La historia tiene pequeños trazos de humor, con frases cortas que dicen lo suficiente y dejan al dibujo hablar por sí mismo al lector. Es un álbum que recomiendo leer en voz alta, en familia. Porque trata sobre una familia más, cuya casa se ve invadida por un montón de elefantes rosas, primero uno, después cuatro, ocho y hasta diez. Éstos ocupan demasiado espacio, su presencia provoca tristeza y les oprimen o impiden la comunicación entre los miembros de la misma: su madre, su padre y su hermana.

Pero el protagonista tiene un as en la manga, no aguanta tanta asfixia en su propia casa. Encuentra un día un ratón y pega un buen susto a la familia entera (sacándolos después una sonrisa), consiguiendo a su vez que los elefantes huyan despavoridos como globos de helio, que escapan por la ventana abierta. El niño se despide del último con un beso de buenas noches, pues los elefantes, lo único que hacían era hacerles compañía cuando estaban solos o se aislaban. La última página muestra como nuestro protagonista duerme abrazado a un elefante rosa de peluche. Mientras que el ratoncillo juega por su habitación. Cosa que quizá hacía volar la imaginación del pequeño, y por ello podía ver a estos paquidermos de chicle sabor fresa ácida por todos lados.

Estos animales mamíferos y rosados, son un gran reflejo de la ansiedad. Del aislamiento, el desánimo o la falta de confianza. Tanto por parte de los adultos como de los niños. Van apareciendo más y más, a medida que los problemas crecen en la mente de cada miembro de la familia. Simbolizan esa congoja que siempre está contigo y que no desaparece hasta que resuelves el problema que te atañe, aquella que puede acompañarte durante meses o años.

Pero este libro muestra cómo se puede hacer algo al respecto, cómo podemos ayudar a eliminar los sentimientos dañinos que no nos hacen ningún bien. Y ante todo, que recibir ayuda de nuestros seres queridos no tiene nada de malo. Pues los elefantes no son malvados en esta historia, tan sólo hay demasiados. Y decirles adiós con cariño, a veces, es la mejor solución.

Siempre hay una salida.

Si tenéis algún pequeño familiar al que no sabéis qué regalar, este es vuestro libro ilustrado. Sencillo, lleno de alma y de nostalgia.