¡Buenas! Otra vez estoy por aquí. Nos conocimos hace un tiempo en esta entrada y he pensado que en esta ocasión os gustaría conocer un poco más de mi mundo.
Os voy a explicar dónde vivo. Pero para hacerlo mejor, ¿qué os parece si cerráis los ojos y os lo imagináis? Ya… ya lo sé. ¡Si cerráis los ojos como vais a leer! Pues… se me ocurre otra cosa… qué os parece si vais leyendo, cerráis los ojos y os lo imagináis.
Venga, ¿vamos allá? Os voy a dar una idea general de cómo ha quedado el mundo.
Yo vivo en Ninta. En el mapa lo podéis encontrar a la izquierda cerca de Oranda.
Ninta pertenece a la región de Oranda. El planeta está dividido en 3 zonas bien diferenciadas: Oranda, Niovisky y Estreka. Oranda tiene el monopolio de combustible, Estreka posee la mayoría de conocimiento tecnológico y Niovisky controla prácticamente toda la producción de alimentos.
El planeta está casi desértico a causa de la polución y las guerras. Se han agotado todos los recursos y el aire está muy contaminado, por lo que es casi imposible de respirar. Imaginaos por un momento tener que hacer vuestro día a día casi sin oxígeno. Para nosotros, realizar cualquier actividad nos supone un esfuerzo, pues la carencia de este bien preciado hace que nos agotemos más rápidamente, que tengamos la cabeza embotada todo el día y la musculatura dolorida.
Ninta, como la mayoría de grandes ciudades de Nándidor, es una urbe industrial, llena de edificios metálicos y cubierto de una neblina.
La ciudad donde vivo es bastante rica gracias a unos yacimientos que abastecen al resto del mundo. A pesar de esto, mi familia pertenece a la clase media, por lo que no poseemos agua corriente ni otras comodidades.
Para contrarrestar la falta de aire, algunos edificios poseen unas algas, normalmente situadas en la parte superior del inmueble, que producen oxígeno para distribuirlo en su interior. Uno de esos edificios es el instituto donde estudio. Allí nos enseñan, entre otras cosas, el funcionamiento de nuestro sistema de sustento, la planta de extracción de combustible. Como comprenderéis, dado mi nivel social, en mi casa no nos podemos permitir dicho sistema de oxigenación.
Los bosques están extintos. En su lugar solo queda tierra grisácea sin vegetación.
Esa destrucción ha dejado un lugar inhóspito y un ambiente perjudicial por la falta de oxígeno. Los habitantes de las ciudades han abandonado la costumbre de pasear por los campos y se quedan en sus casas frente al televisor. Sólo unos pocos osados deambulamos por los restos de los bosques añorando lo que un día fue vegetación y aire puro. Cada paso en ese ambiente nos supone una quemazón en la garganta y una sensación de opresión en los pulmones que nos hace plantearnos seriamente si esta es la vida que queremos.
En contraste, tuve un sueño que me pareció muy muy real. Soñé con valles llenos de vegetación y ríos de aguas cristalinas. Con un continente lleno de animales que campaban a sus anchas sin ningún peligro. Mis antepasados lo llamaban Nándidor. Y aunque no sé si es real o una leyenda, creo que es hora de cambiar el rumbo de mi vida.
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